
Las gemas de la obscuridad
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El principio siempre es confuso
Mi visión comenzó mientras me encontraba corriendo con un paso agitado, con una careta de vidrio nublada por mi propio aliento, ya que estaba metido en un traje naranja tipo hazmat. Por la careta veía el andar de una persona frente a mí también en un traje idéntico al mío. Estábamos subiendo unas escaleras idénticas al edificio donde solía vivir, cuando al final de las escaleras abrimos una puerta para llegar a una terraza azotada por el sol de medio día.
Al final de la terraza habían 2 o 3 filas de sillas, pero no eran más de 10, todas alineadas una detrás de la otra, y perfiladas hacía un pequeño espacio techado que se encontraba completamente vacío. Las paredes y bordes de la azotea estaban desgastadas por el clima, pero la estructura se veía firme, aunque un poco vieja. Al acercarnos al espacio techado a cada paso que daba, todo se expandía, las paredes crecían a lo alto, los pasillos se hacían cada vez más largos y las sillas se multiplicaban y se transformaban en asientos acolchados. El techo sobre nosotros se comenzó a formar, dejando fuera de este espacio toda luz natural del sol ahora ya completamente ausente de mi vista. Un teatro se estaba formando ante nuestros ojos.
Un tétrico teatro
Cuando llegamos al escenario, se levantaron del suelo unos escalones de madera pútrida, al subir, el traje se sentía pesado, mucho más que hace unos momentos. Yo decidí quitármelo, pero la otra persona que no sé quién es, porque jamás logré distinguir su rostro se lo dejó puesto, parecía no tener el mismo efecto que yo.
En el fondo del escenario había una pared gigantesca, no había pasillos ni nada que asemejara un backstage, nada, solo el escenario rodeado de paredes altísimas. Toda la superficie que cubría la parte superior del escenario, donde esperarías un techo, era un infinito, completamente negro, no se veía absolutamente nada hacía arriba, como si un hoyo negro estuviera encima de nosotros.
Algo llamó mi atención por lo que regresé al centro del escenario, ahora los reflectores encendidos iluminaban el escenario. Mi compañero en el traje estaba hincado viendo algo que desde mi perspectiva no era más que un cúmulo de maderas viejas, colocadas como si fuese una hoguera. Agitaba su brazo como en cámara lenta indicándome que había descubierto algo.
Comienza la función
En la hoguera había una telaraña tan bella, pero de formas que desafiaban la naturaleza. Como si formara estructuras al mero estilo de Escher. En muchos rincones había cúmulos de gemas preciosas incrustadas en pequeños caparazones como crisálidas de polillas y todo entre tejido en la telaraña que, sin darnos cuenta, crecía y se expandía por todo el escenario. La telaraña misma deshacía la madera, y al mismo tiempo dejaba en su lugar sacos de materia orgánica, que exudaban un líquido grisáceo y gelatinoso.
Se escuchaban alaridos de júbilo y asombro desde las butacas, ante cada movimiento y descubrimiento que hacíamos en el mar de telarañas en el que nos encontrábamos. Las butacas ahora estaban ocupadas por cuerpos que estaban en un estado avanzado de descomposición, como si se tratara de sus restos mortales desenterrados de sus tumbas y animados para vivir este momento. Pero lo curioso es que estos cuerpos estaban colocados en los asientos, pero siempre parados, jamás tomaron asiento.
Las gemas
De regreso al escenario, las crisálidas comenzaron a palpitar, las tocaba y picaba con mis dedos y de estas brotaban insectos por centenares, de cientos de patas que asemejaban a una especie exótica de arácnidos, pero definitivamente no de este mundo, sus extremidades negras solo eran contrastadas con sus abdómenes tornasol, bultos tan coloridos como gemas preciosas brillando en la densa obscuridad, era un espectáculo de colores vivos que incrementaba con cada capullo reventado, mis manos no podían parar, no querían parar.
Sentí que pasé una eternidad reventando las crisálidas de infinitos colores, viví rodeado de arácnidos tan exóticos de formas alienígenas que no puedo describir, pero solo recuerdo los grandes contrastes y colores de lo que imagino eran sus abdómenes. Amatistas, jades, zafiros y esmeraldas, siendo estas últimas las más abundantes. Las trataba con cuidado y ellas no me hacían daño.
La audiencia vuelta loca bramaba gemidos de placer con cada reventar. Pero también de la nada, se sentía un ambiente que crecía en pesades y negatividad. El sonido se acrecentó a tal punto que asemejaba al ruido blanco y este me dejó sordo momentáneamente.
Las arañas recién nacidas, se paseaban por todas las telarañas, absorbiendo los nutrientes de los sacos grises y gelatinosos. Mi atención seguía en reventar las crisálidas, hasta que con mi mirada encontré sumergido en el mar de telarañas a mi amigo del traje hazmat, que me pidió ayuda para salir de ahí, tomé sus manos y al tratar de levantarlo, se rasgó su traje y las arañas comenzaron a entrar en el traje. Su cuerpo no se movió, solo emanaba una risa siniestra. La mica negra jamás me dejó ver su rostro.
Me alejé del lugar y me percaté que ahora los rostros de la audiencia se posaron en infinito negro arriba de nosotros.
Habitante de la obscuridad
Fue entonces cuando comenzó a descender y entrar en el escenario una serie de púas insectoides gigantescas, que pronto rodearon las paredes de todo el escenario. Al seguir la hilera de patas me encontré con la cabeza del insecto. Un ciempiés gigantesco es lo que mejor lo puede describir. Con fauces tan grandes que pudiese engullir a un humano de un solo bocado. Una coraza negra con destellos verdosos y que exudaban un líquido maloliente. La creatura descendió de la obscuridad y se posó en el centro del escenario. Esta creatura que crecía con cada segundo que pasaba, comenzó a moverse por todo el teatro. La audiencia frenética comenzó a venerarlo y adorarlo, mientras este destrozaba y se alimentaba de los cuerpos descompuestos de los miembros de la audiencia, en un frenesí de gula y profanación humana.
Los rostros de la audiencia sin vida no dejaban de clamar por la bestia que los destazaba sin piedad, pero las miradas de las cuencas de sus ojos solo se postraban en mi con muecas de una angustiante obsesión.
En la herética adoración yo me quedé paralizado por la escena, tanto que caí de espaldas en una cama de telaraña tan suave y firme que jamás toqué el suelo. Fue entonces que las arañas comenzaron a envolverme en un capullo. Sentía sus patas filosas como quemaduras de cigarro por todo mi cuerpo, pero la telaraña se sentía fresca y cómoda. Cada araña que terminaba de tejer caía muerta y era devorada por sus demás congéneres. Para seguir envolviéndome en este capullo.
Cuando llegaron a envolver mi cuello el ciempiés había terminado con todo el auditorio, solo quedábamos él y yo.
Sabía que mi vida terminaría en las fauces del monstruo, no sentía miedo, solo estaba petrificado por lo que había sucedido. Entonces fue cuando el ciempiés se colocó frente a mí y me envolvió en su acorazado cuerpo. Me rodeo con sus patas, y solo se durmió protegiéndome. Como un centípode protegiendo a sus crías. Escuchaba ruidos a mi alrededor, pero no tenía la fuerza para mover mi cuello, solo recuerdo perderme en el negro infinito del techo del teatro hasta que el inconsciente me ganó y la visión terminó.
Uno más de mis sueños
Fué muy raro sentir el abrazo o cobijo de una creatura de tal naturaleza. NO me incomodó solamente me sorprendió y creo que fué lo que más llamó la atención de mi sueño. Por lo regular nunca trato de darle significados a mis sueños, solamente los dejo ser y no busco significado en ellos; y este mismo tratamiento le daré a mi experiencia del teatro. Curiosamente este sueño siento que si tiene cierta relación con el teatro que soñé hace ya un tiempo pero del que no escribí pero fué la idea con la cual comenzar este recuento de visiones del mundo de los sueños.